Dócil canto inocente… despierta a este, tu sueño
Sus ojos cansados de vida pesan y le dificultan ver
Palpa el entorno y vislumbra una silueta a su lado
Cándida anciana de expresión serena… sonríe
Busca palabras pero sus labios parecen no responder
No hay sonidos, no hay gestos, no hay vida… no aun
Húmeda sensación descuida su ansiedad un momento
Inmersa en una charca celeste, cubierta en blanco fulgor
La vieja le extiende su mano y le ayuda a ponerse de pie
No se encuentra, no se reconoce, no se evoca… no aun
“mi dulce niña”, entona. “no temas, todo regresara a ti…”
Avanza hacia el centro de aquel lago y hace una seña.
Indica el reflejo, en el fondo, de aquella doncella perdida
Irreconocible al principio pero al mismo tiempo familiar
La descubre minuciosamente; la examina, la evalúa.
Hilos plateados desbordan de su cabeza… su rostro albino
De sus ojos se desprenden rayos de luz añil, aun opacos
De su boca se exhala el último soplo de esta onírica noche
De su pecho se liberan sombras que toman forma a su alrededor
Y sus tiernas manos irradian una evocación de existencia efímera
Contempla aquel cuadro celeste, de esta onírica melancolía
Las estrellas se percatan y comienzan a marchar al rededor
El vacío se expande, las nubes se retraen… se esfuman
Y un rastro de polvo celeste le obliga a mirar con detenimiento
Sus manos… pálidas, frías, teñidas… sus delicadas manos…
Sangre plateada escurre entre sus dedos, humor de luna
Y como una muestra de reconciliación desde el cielo
Los astros se desaguan con delirio en lamentos áureos
Se precipitan, trazan pecas de espejo en la humanidad.
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